De cuando no vi la Monalisa

Aún en frente de ella, tuve que resignarme a seguir viendo a la Monalisa a través de otros, de los ojos de los demás.

Entonces, me robé sus imágenes…

Manifiesto

Cada vez es más común la queja sobre no poder viajar libremente gracias al pasaporte que nos tocó. Reúno las condiciones para postularme a una ciudadanía europea, sin embargo, no lo haré.

I

En el episodio 14 de la séptima temporada de Los Simpson, Marge compra en una rebaja un vestido de Chanel y es la primera vez que la vemos sin su clásico vestido verde. Gracias a ese vestido es invitada a un exclusivo club de la ciudad, en donde lo que cuenta son las marcas que se porten porque dan razón de la capacidad económica de sus miembros. Marge describe al club como “Happyland” y se siente obligada a aclararle al portero del club que ellos no son pobres. Al ser cuestionada por Lisa cuando dice que son demasiado diferentes a ellos Marge responde: “sí, son mejores, socialmente mejores y si logramos encajar también vamos a ser mejores, así que hoy mientras ustedes estaban por fuera siendo diferentes, yo hice un buen trabajo encajando, tan bueno que todos nos dieron un pase de invitados”. Homero se lamenta diciendo “ahora que ella es una mejor persona, podemos ver lo horribles que nosotros somos”. Marge no es una mujer Chanel y pronto esto se convierte en un problema, en una obsesión por aparentar con tal de creer que se pertenece.

II

Mi profesora de sueco es francesa, lleva once años viviendo en Suecia. Se sabe de memoria las recetas típicas que acompañan las festividades suecas, habla con propiedad del origen de estas y habla el dialecto propio de la provincia de Skåne (en donde vive). Cuando escribe en sueco, lo hace de una manera obsesivamente perfecta y esta perfección es tal, que es única, nadie más escribe así, los mismos suecos nativos dicen que su estilo es demasiado correcto, nada flexible, nada de jerga. Esta es sin duda, otra obsesión por pertenecer, pero toda esta perfección es una máscara que a veces desaparece, porque cuando se descuida de pronto sale una pronunciación francesa o una etimología desconocida o una expresión jamás escuchada. En estas situaciones la profesora pierde el piso que la sostiene, se sonroja, se problematiza, ofrece mil disculpas, investiga el asunto con obsesión y luego da cátedra ya que ahora se cree experta. Para ella, ser sueca, es la meta de su vida. Dado que pertenece a un país miembro de la Unión Europea y por lo tanto es libre de moverse, no necesita tener el pasaporte sueco y en efecto no lo tiene, vive su vida muriéndose por ser sueca, pero no del todo. No necesita que la cuestión sea de forma, sino de fondo.

III

Lo divino, lo aceptado, lo bello, lo blanco, lo europeo. Son las verdades absolutas con las que crecí, es la doctrina de la colonia, convertir a “los otros” en bestias, en inhumanos, en seres dignos de aislamiento, en “otros” que  no cumplen con la norma, en seres que se ven tan distintos, que solo merecen la exclusión. “Exclusivos” dicen los clubes y sociedades, como si se tratara de un adjetivo positivo, como si fuera la promesa de algo divino. Claro que son exclusivos, pero eso significa que excluyen para poder incluir.

Vengo de una sociedad que honra la piel clara, de una sociedad llena de mujeres que tiñen su pelo pretendiendo ser rubias naturales, que al describirse utilizan eufemismos como “ojos color miel” y “pelo castaño” para no decir que son oscuros, de personas que guardan el deseo secreto de que sus hijos tengan ojos azules. Vengo de una sociedad arribista que ve en lo europeo y norteamericano el modelo de perfección al cual apuntar. Un ideal.

IV

Intento no pensar en eso cuando viajo, pero es algo que sucede lo quiera o no, sonría o no, los ceños fronterizos se fruncen al ver aquel nombre de aquella república en la portada de aquel pasaporte. Mi pasaporte.

Viajar con un pasaporte de la República de Colombia es algo casi vergonzoso, implica hacer la fila de los “no ciudadanos” –tal y como está señalizada en muchos aeropuertos europeos, ser en exceso amable, explicar una y mil veces la razón del viaje, aguantar las preguntas, las malas caras, los gritos… Y finalmente sentirse afortunado cuando lo único que se recibe a cambio es un frío “bienvenido”.

Hacer horas enteras una fila en una embajada, solicitar miles de documentos que certifiquen, no solo la identidad, sino la capacidad económica que uno tendrá para sostenerse en sus vacaciones o estudio. Invertir una cantidad ridícula de dinero y de tiempo para, de rodillas, pedir permiso para ser turista –o estudiante.

Contestar preguntas pacientemente, sonreír, siempre sonreír aún ante las caras más amargas, prometer portarse bien, prometer regresar y no quedarse de ilegal y demostrar aquello que para uno es solvencia económica solo para recibir respuestas negativas y, en caso de respuesta positiva, pasar a ser de aquel sector de la sociedad que se percibe como bendecido.

V

Migrar. Migrar por la razón que sea. Poner kilómetros de distancia física y emocional entre todo lo conocido y lo nuevo. Llegar a un sitio y empezar de cero, aprender, normas, un idioma y sus dialectos, un sistema político, recetas, en fin, formas de vida que, al ser aprendidas, llevarán a la que se cree es la meta máxima: pertenecer.

Muchas veces he intentado entrar al círculo, aprendí su idioma, sus dichos, conozco el origen de sus tradiciones y a pesar de no haberlas probado todas, sé de sus recetas típicas. He visto el Pato Donald en navidad, he comido cangrejos de río en agosto, reconozco las canciones procedentes de su festival de música, joder ¡que hasta soy miembro de un sindicato! Pero no conozco el logo de H&M de los noventa, no hallo placer en la comida picante ni llena de ajo, no he leído un solo cuento de Astrid Lindgren, no me gustan los rollos de canela –ni de azafrán, ni de crema- no me conformo, no me callo, no me asoleo y esto, me distancia irreversiblemente de todos y así lo investigara obsesivamente, como aquella profesora, es un conocimiento que tampoco transformaría aquello que soy para convertirme en una sueca auténtica.

VI

No hay un vestido de Chanel ni una enciclopedia que puedan desteñir no mi piel, sino mi carácter y hacerme sueca. No hay forma alguna en la que yo pueda pertenecer genuinamente a este club. No soy sueca y a estas alturas tampoco soy colombiana, pero eso no implica deshacerme avergonzada de mi documento de identidad. Siempre tendré un acento, un gesto, un pensamiento o un comportamiento que dejen ver que no soy parte del club.

Pero tampoco soy una impostora ¿por qué tener que pretender ser algo que no soy –ni seré- para poder entrar a un país que, de otra manera, no me dejaría entrar? Es denigrante el hecho de que exista algo así como un “upgrade” de nacionalidad, el hecho de que se piense que la nacionalidad es algo que se puede ascender de categoría. No voy a pretender ser europea solo para ser tratada como persona, como humano y no como ciudadano de tercera clase.

Sé que es una posición que me privará de viajar sin límites y por eso puedo decir que es mi pequeña protesta. Me rehúso vehementemente a ser parte de una farsa; estar en busca de una identidad no quiere decir asumir cualquiera solo para poder viajar libremente. También puedo comparar mi protesta a una huelga de hambre: a nadie distinto a mi le importa ni le afecta, es una posición que no generará cambios, pero es una actitud simbólica y a mi me importa y sobre todo, me hace coherente.

Nunca he creído en aprovecharse de nadie, no soy el tipo de inmigrante que vive del estado y sus subsidios, que piensa que Suecia se lo debe todo solo porque vivo rodeada de una partida de xenófobos primermundisas. No, no soy así. Trabajo y pago impuestos y jamás he usado los subsidios del estado paternalista en el que vivo, además, este es un país que no me exige la conversión absoluta para disfrutar de lo que me corresponde como ser humano.

VII

Rechazo a quienes piensan que los latinoamericanos somos ciudadanos de tercera. Rechazo el arribismo y a quienes ven en lo europeo el ideal a seguir, aquello a lo que se debe tender. Sería descarado andar por los aeropuertos del mundo pretendiendo ser europea mientras haya gente que no puede moverse libremente. No soy mejor que nadie. No tengo las agallas de pararme en una fila que no me corresponde. Pertenecer es algo que no me obsesiona y ser miembro de ese club llamado “Unión Europea” es algo que no me interesa ni me identifica. Tener el pasaporte unitario sería como comprar una cartera Louis Vuitton falsa pero afirmar que es original y usarla para pretender que soy una más, para ser aceptada dentro de un club que se preocupa únicamente por cosas tan nimias como el lugar de procedencia. Le tengo miedo a la comodidad injusta y pienso que ni la justicia ni la ciudadanía deberían ser privilegios.

VIII

Un pasaporte no hace a nadie mejor persona, ni a Marge, ni a la profesora francesa; ni mucho menos convierte a “los otros” en personas horribles. Hacer fila del lado de “los ciudadanos” sería como pintarme el pelo de rubio e insistir que es natural, engañar a autoridades aeroportuarias solo por ganarme una inmerecida sonrisa genuina, mientras los de la fila de al lado sufren explicando que no son traficantes, ni terroristas, ni ilegales, ni bestias; hacer fila de ese lado sería legitimar la creencia de las categorías dentro de la ciudadanía, sería aceptar que quienes requerimos de una visa no tenemos estatus de seres humanos, sería hacer parte de aquellos que no reconocen la humanidad de los habitantes del tercer mundo, sería como vacunarse para no infectar. No lo haré, no me postularé para la ciudadanía sueca, es algo que de ninguna manera me convertiría en una mejor persona, haría de mi, si acaso, una arribista más una impostora más.

IX

Mystique lo dice claramente en X-Men: “mutantes y orgullosos”. No debería haber necesidad de camuflarse.

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Una torta de cumpleaños para da Vinci

El escándalo en el se ha visto involucrado Suecia ahora incluye una ministra de cultura, una torta con forma de mujer, una celebración de cumpleaños y varias organizaciones estatales.

La Asociación Internacional de Artistas (IAA por sus siglas en inglés) decidió declarar el 15 de abril como el Día Mundial del Arte (World Art Day) con la idea de que sea un día en el que los artistas y amantes del arte a nivel mundial celebren la importancia del arte en las vidas de todos. Se escogió el 15 de abril por ser el cumpleaños de Leonardo da Vinci. La idea de la IAA es que esta celebración se haga en museos y galerías de todo el mundo y que gire alrededor de un tema sobre el que se hagan paneles y se generen discusiones. El tema de este año fue “censura y libertad de expresión”, un tema provocador en sí.

En Suecia, el evento fue celebrado por la asociación sueca de artistas (KRO por sus siglas en sueco) en las instalaciones del Moderna Museet en Estocolmo, evento que además coincidía con el 75° aniversario de la asociación. La forma tradicional en la que el mundo occidental celebra cumpleaños y aniversarios es comiendo torta, así que KRO, siendo la organización artística que es, invitó a un pequeño grupo de artistas suecos a hornear tortas para la celebración y a la ministra de cultura para aparecer en el evento.

Hasta el momento, no hay cuenta de las tortas que se presentaron para el evento, porque la atención se la llevó toda una sola torta, la presentada por el artista sueco-africano Makode Linde. La torta tenía la forma de un voluptuoso torso de mujer, la cubierta era negra y las formas abundantes: era una mujer africana. La torta estaba dispuesta de tal manera que en el lugar de la cabeza, lo que sobresalía era la cabeza del propio artista, pintada de negro, mostrando un blackface (maquillaje caricaturesco usado en Estados Unidos en el siglo XIX para burlarse de la apariencia física de los africanos). Dado el carácter del evento y el estatus de la ministra invitada, se le pidió a esta que cortara la torta. En este momento, se hizo evidente que la torta hacía parte de un performance, ya que en el momento de hacer el primer corte, Linde comenzó a gritar, ante lo cual la audiencia reaccionó con carcajadas. Encontraron este hecho tan divertido que siguieron cortando, para que el artista siguiera gritando con cada corte y así ellos pudieran seguir divirtiéndose. La gritería del artista fue tal, que la ministra hizo lo que haría cualquier persona desesperada ante los alaridos de un bebé: le dio a comer un trozo de torta.

Estas imágenes salieron rápidamente a la luz pública y la ecuación mediática fue básica y simple: mujer negra + cuchillo= mutilación genital femenina. Y así fue como se repartió a los medios, como un acto de burla y barbarie frente a un asunto tan grave como lo es la mutilación genital femenina, aún legal en muchos países africanos. Se entiende entonces que haya sido fácil acusar a la ministra de indolente y racista.

Estos hechos ocurrieron el domingo 15 de abril, a lo largo del lunes las imágenes se regaron por doquier y el martes, tanto la asociación de artistas como el museo involucrado hicieron sus pronunciamientos. KRO se manifestó al respecto diciendo: “quienes están familiarizados con la obra de Makode Linde saben que es un artista cuya obra tiene como temas centrales el racismo, el apartheid y los estereotipos”. El museo por su parte dijo: “es natural que los espacios del museo se utilicen para eventos de carácter cultural, sin embargo no podemos entrar a controlar el contenido de las obras que se presentan (en este caso tortas) ni nos responsabilizamos por los hechos”*. Los dos pronunciamientos, que deberían ser los más importantes y que, finalmente, dieran un contexto a las imágenes, fueron extremadamente cobardes. La asociación de artistas se escudó en una concepción arcaica y elitista del arte: solo los iniciados pueden entender, los demás son unos ignorantes, insensibles y por lo tanto, esto no les concierne. El museo tomó la actitud más cobarde del asunto: “yo no fui”.

Ver las imágenes y saber los temas centrales de la obra del artista, se convirtieron para mi en una interpretación diferente: este era un performance que se refería claramente al colonialismo. Un grupo de personas blancas que consumen con desparpajo y sin reparos un cuerpo negro vulnerable. Continentes que se ofrecen en bandeja para que los blancos puedan tener sus festines, cuerpos no blancos que se perciben como objetos feos utilizados solo para el entretenimiento. Sentirse ofendido es muy fácil y distorsionar hechos, imágenes o palabras para que se ajusten a un discurso provocador, es algo que todos hacemos bien.

El escándalo ha escalado de una manera viral e inesperada. Las acusaciones de racismo no se hicieron esperar, la ministra, el gobierno, el museo y hasta el mismo artista han sido tildados de racistas y hay quienes exigen la renuncia de la ministra. La misma asociación de sueco-africanos encontró el asunto desagradable y tildan a todos sus implicados de racistas. El asunto fue manejado de una manera tan inapropiada, que el martes en la tarde, ¡el Moderna Museet recibió una (falsa) amenaza de bomba! No considero que la ministra sea racista, ni que haya cortado la torta pensando en mutilaciones, ella simplemente hizo lo que consideró era su deber en un evento como ese: cortar el primer trozo de torta. Si algo, se le puede calificar de ingenua, por no pensar un poco más allá cuando vio que el interior de la torta era rojo sangre, por no dimensionar lo que sus acciones podrían transmitir, por no preguntarse el origen de la obra, su significado. Y también se le puede tildar de cobarde, por no querer asumir el debate después. También de ingenuos, torpes y cobardes se puede calificar a los asistentes al evento, porque ninguno se detuvo al ver lo que pasaba, porque todos siguieron riéndose cortando divertidos la torta, porque ninguno quiso ver más allá de la torta como objeto alimenticio y entender su significado y detenerse, reflexionar. ¿No es esta acaso una actitud puramente colonialista? Algunos han querido ver el asunto como una trampa, porque la ministra no tenía más remedio que cortar la torta y convertirse en la personificación del racismo o porque, de haberse negado a cortarla, habrían dicho que estaba censurando una expresión artística legítima y habría ido en contra del tema del día.

La obra se refiere al racismo, porque de una manera ingeniosa generó una imagen simbólica del colonialismo y del racismo: la del hombre blanco que se come las entrañas de un continente negro. La mutilación genital femenina es el punto de partida, pero no el único tema que trata esta obra. Se dice que el ciclo de una obra de arte está completo cuando esta es contemplada por un espectador. El performance de Makode Linde era una obra que necesitaba, no solo de la observación pasiva, sino de la participación de otros para estar completa, para tener sentido, para transmitir su mensaje. Es una obra que no solo se refiere al racismo y a los estereotipos, ¡los grita! Al hacer un performance en el que los invitados se convertían en sinécdoque del “hombre blanco”, se refería también al colonialismo. Linde asegura que antes de hacer el primer corte, la ministra susurró a su oído «tu vida será mejor después de esto». ¡Nada más colonialista que el sacrificio en el nombre de la salvación!

Si toda esta situación escaló de la manera en que lo hizo fue porque los medios de comunicación se encargaron de ello, de difundir una imagen descontextualizada de la obra, de agrandar el asunto basados en una única interpretación de una obra de arte –aquella que resultaba más escandalosa.

Personalmente creo en el arte contemporáneo que hace crítica social, que cuestiona a la sociedad y sus paradigmas. Creo en el arte que cuestiona, que perfora (por trasladar de la fotografía el famoso punctum de Barthes), que no idealiza y que va más allá del placer visual. Creo en los museos como espacio de reflexión, de educación y no solo en ellos como el espacio al que asisten las clases educadas para reafirmarse en su elitismo.

Las reacciones dentro y fuera de Suecia son incontables y en su mayoría tildan todo el asunto de “racista”. El museo es racista, la ministra, el artista, hasta el gobierno lo es. Todos cayeron en la trampa tendida por los medios al difundir estas imágenes descontextualizadas.

La artista sueca Elisabeth Ohlson Wallin es reconocida por tratar en sus obras temas de igualdad de una manera provocativa. Al conocer las imágenes de la ministra y la torta, ha dicho en su cuenta de Twitter que se retracta de una donación de obras al Moderna Museet porque este es, según ella, evidentemente racista. Dice que un museo debe tener control absoluto sobre las obras que presenta. Asegura además que todo sería distinto si al evento hubieran invitado a personas negras. Claro, porque para muchos la igualdad se trata de eso, de cifras, de balance de color o género. (Y si a eso vamos, en las fotos de los asistentes no hay ni un hombre, tal vez la cuota la llenaba el mismo Linde: negro y hombre). Todo esto dicho por una artista que dice abogar por la libertad de expresión del arte…

No es un secreto que los museos, en especial los museos de arte, son considerados elitistas y elitismo en Europa significa esencialmente blanco. Tampoco es un secreto que aquello que nosotros llamamos “La Historia del Arte” es en realidad la historia del arte occidental, sobre todo europeo. La profusión de blanco en este asunto se ve además reforzada por el hecho de que la celebración del Día Mundial del Arte tenga lugar el día del cumpleaños de da Vinci. Hombre. Blanco. Europeo. No existía entonces un mejor momento, una mejor plataforma para hablar de racismo, para evidenciar lo extremadamente elitistas que aún son los museos y fue justamente esto de lo que Makode Linde se valió para crear su performance.

Mientras todos caían en el discurso facilista del racismo, la cadena de noticias Al Jazeera tuvo la brillante idea de entrevistar al artista. En esta entrevista, Linde dice que en su obra utiliza aquellas ideas y prejuicios sobre lo que es ser negro. Habla de la mutilación como algo que se piensa ocurre solo en África y de ello como opresión ejercida sobre las mujeres. Subraya a la vez, que esto es un prejuicio, porque la opresión, bien sea en forma de mutilación o de racismo o de xenofobia, es algo que sucede en todas partes y se ejerce sobre muchos.

Viernes. Casi una semana después, la ministra por fin se pronuncia en un comunicado en el que subraya la importancia del arte provocativo, del arte que cuestiona y en donde dice cómo este performance sí da cuenta del racismo como forma de opresión. Una semana. Le tomó una semana a la ministra llegar a esta conclusión. Le tomó una semana e innumerables artículos y hasta una exigencia de renuncia el llegar a esa conclusión. Una semana para decir que está abierta a un diálogo con la organización sueco-africana sobre cómo contrarrestar la intolerancia, el racismo y la discriminación . Una semana para producir un comunicado en el que habla del racismo ejercido por los blancos en contra de los negros. ¿Y los demás?

Después de una gran e inesperado periplo, esta discusión vuelve a su punto de origen: censura y libertad de expresión. Estas fueron las dos cosas que los medios de comunicación ejercieron a cabalidad. Tomar una imagen, descontextualizarla y difundirla como verdad absoluta de aquello que parece superficialmente, iniciar una campaña de desacreditación en la que ninguna de las partes involucradas fue consultada y a quienes no se les ofreció directamente la posibilidad de expresarse: eso es censura. Despotricar irresponsablemente sobre la apariencia de una imagen, generar caos, valerse de un tema sensible solo para dar origen a un debate desviado y exagerado ¿es eso libertad de expresión?

No es la torta macabra lo que me aterra, sino la actitud sonriente y divertida de los asistentes al evento. Pero lo que más me aterra, es la irresponsabilidad con la que el mundo del arte sueco ha manejado el asunto, es cierto que es típicamente sueco no confrontar, pero cuando la atención del mundo está enfocada en una obra de arte tan provocadora y controversial, debería haber quienes se sobrepusieran a su propia cobardía y asumieran la discusión. Pienso que la obra, lo que significa y las profundas reacciones que genera, son importantísimas, actuales, dignas de discutir de una manera seria, acertada e inteligente. Nunca antes el racismo, la xenofobia y la intolerancia habían sido parte del día a día europeo como ahora. Quedarse en un sentimiento de ofensa inicial y no salir de ahí es superficial, es cobarde y no contribuye a una discusión política que debería tomarse en serio. Lo que sucede en un museo no debería quedarse en un museo, debería salir de sus paredes y cuestionar de manera efectiva a las sociedades que los contienen generando discursos serios y debates que conciernen a la sociedad en general y no solo a la élite que cree tener el código para descifrar las obras de arte.

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* El comunicado de prensa inicial de Moderna Museet ya no existe y ahora aparece redactado de una manera distinta.

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